Alto Verde City

Excursionistas



Una aventura juvenil que se coronó en club
 
El primer presidente del sueño que se materializó en Excursionistas se apellidaba Quelly. Pasaron 69 años desde que un grupo de estudiantes se aventuraron en las tierras al este de la ciudad y, casi sin proponérselo, fundaron un club.

Un viaje corto alimentó el sueño. Una huida. Una escapada del ajetreo urbano para recostarse en las bondades que la naturaleza ofrece en este apacible rincón escondido al este de la ciudad. Así empezó la historia del Excursionistas. La aventura de un par de muchachos que se abrían paso entre el río, sauces y ceibos fue la realidad que constituyó el nombre del club, que hoy cuenta con 69 años.

Ellos, un grupo de estudiantes que apenas pasaban los 20 años, se inmiscuían en este recodo del imperio natural como actividad de recreo y ejercicio físico. Aicardi, quien era entonces el dueño de las tierras de la isla, se conmovió ante semejante entusiasmo y les cedió el espacio para que levantaran unas canchas de tenis que con el tiempo se fueron rodeando de nuevas estructuras.

Hoy Excursionistas ofrece clases de tenis inglés y criollo, fútbol, taekwon do y de supervivencia todos los sábados. También presta sus instalaciones a las escuelas de la zona, dispone de una caleta para barcos, bajada de lanchas y un espacio para guardar kayaks y piraguas. Los socios suelen asar en el quincho y, quienes no lo son, se arriman para probar un exquisito menú de pescado en el buffet. Justamente allí encontramos a Daniel Byciuk, el concesionario desde hace 8 años, acompañado por un hombre de isla de "toda la vida", Juan Vito. Ambos recrean la historia de este rincón apacible.



De ayer a hoy

"Cuando era chico esto no era nada", comenzó tímidamente Juan. "Estaban los Ramos, los Pintos y los Alarcón, cada uno con su propia tierra". Mientras repasa los quehaceres cotidianos que aprendió al lado de su padre -"cuidar las vacas, los caballos y los chanchos"-, remarca que en sus infantiles vivencias no existía la luz, "ni los caminos".

El tiempo no empañó el sosiego de los lugareños. Daniel intenta despejar cualquier duda al respecto, ya que "éste es un barrio tranquilo. Hay una buena relación con los vecinos". Y cuenta que todos allí disfrutan las instalaciones de Excursionistas: "Hacen algún cumpleaños de 15 o vienen a jugar al fútbol. Cuando es el Día del Niño, el club prepara un chocolate para todo el barrio". Están bien organizados -agrega orgulloso- "hay una comisión formada y después están los distintos profesores de todas las disciplinas" y, por si fuera poco, "organizamos una fiesta cuando cumple años el club, con vaquillas con cuero que dona Juan". Lo mismo se repite cada fin de año.

A la hora de hablar de comida, Daniel se mueve como pez en el agua; es que justamente ésta es su especialidad: "Hacemos un menú de pescado de río, con cinco platos: empanadas, albóndigas, milanesas, pescado frito, a la parrilla y una opción de un lomito a la crema cebollada". Todo fresco, "recién sacado del río". Hay que reservar (4567529), pero vale la pena: "Se puede repetir un plato, el
que más le guste"

En medio de tanto recuerdo lindo y ponderaciones varias, Daniel esboza la tristeza: "Se anuló el arroyo", ya que el agua dejó de correr cuando el río bajó. Esto, para los vecinos, es tremendo: "Tendrían que abrir el arroyo Santa Fe, con dos pesos lo pueden hacer. Nace en el Colastiné, que trajo arena a la zona y se formó un banco, entonces dejó de entrar agua y el camalote se aferró abajo. Es una lástima... es un paseo hermoso".



En El Timón se arreglan barcos

Para llegar hasta el astillero hay que recorrer un caminito, de arena por supuesto, escoltado por sauces llorones y esqueletos de barcos que eligieron El Timón para descansar. El silencio del lugar es interrumpido por el ruido de las moladoras usadas para lijar pintura vieja que será reemplazada por una nueva y brillante.

Al final del trayecto nos atiende Jesús Ramón Zapata, el dueño del lugar. Es un hombre de trabajo que pasó toda su vida a la orilla del agua arreglando embarcaciones, pero confiesa que le gusta más navegar. Cuenta que el oficio es un legado que comenzó con su abuelo, siguió su padre y actualmente él está transmitiendo a sus tres hijos.

El astillero funciona ahí desde 1979. Antes estaba en "la curva del surubí", donde su abuelo "aprendió solo a hacer esto y después pasó de generación en generación, porque hoy mis tres hijos trabajan acá conmigo". Por suerte siempre hay algo para restaurar y también se fabrican barcos.

Un poco más allá, se ve la bicicleta de Julio López descansando luego del trayecto que hizo desde Chalet. Él, que se formó con el abuelo de Jesús, arregla "exclusivamente barcos: maderas, plásticos y pintura. El que tengo ahora lo trajeron porque la pintura estaba deteriorada. También traen para cambiar maderas, cuando el barco hace agua".

El Timón, además de ser uno de los pocos en la zona, es el único con sistema de elevación de barcos en la ciudad. Se llama "anguillera": es una especie de cama de madera sobre la que se apoyan cubiertas y así se pone y saca los barcos del agua. De otro modo, se corre mucho riesgo de que se quiebren por la mitad o se vuelquen.

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